La literatura sobre el reciente crecimiento exponencial de la industria extractiva en América Latina y más allá ha documentado los diversos procesos a través de los cuales este sector se ha empoderado para expandir su frontera y las estrategias que las comunidades locales afectadas emplean para resistirse a él. En este artículo, en cambio, nos centramos en cómo algunos Maya‐Mam de San Miguel Ixtahuacán, donde se ubicó principalmente Marlin (2005‐2017), la mayor mina a cielo abierto de Guatemala, entendieron y abordaron los efectos divisorios de esta mina. Basándonos en investigaciones etnográficas y de historia oral, demostramos tanto la resistencia de las formas Maya‐Mam de pensar y hacer política como los retos a los que se enfrentan quienes intentan regenerarlas. Como veremos, en lo que localmente se percibe como la profundamente arraigada “cultura de la corrupción” de Guatemala, incitar a los vecinos a gobernarse con qnaab'il (conciencia crítica e integridad moral), no con dinero, fue un proyecto excepcionalmente ambicioso.